Jaime García, el calanchín

Jaime García. / Sergio Rodríguez
Jaime García. / Sergio Rodríguez

PUBLICADO EN REFORMA, 18 de abril de 2014

 

El hermano menor del escritor revela anécdotas de la familia y cómose trastocó su vida desde que se supo de la hospitalización del Nobel

 

CARTAGENA DE INDIAS. Desde que Gabriel García Márquez ingresó al hospital, muchas llamadas llegaron a Cartagena de Indias. Aquel 2 de abril soleado, Jaime García, su hermano menor, paseaba tranquilo por la ciudad. Recorría los escenarios de García Márquez. La prensa lo buscaba con insistencia para saber la última noticia sobre el estado de salud de su hermano, pero ni las calles tranquilas, ni él mismo, imaginaban que sería la primera página del último capítulo del escritor.

“A cada rato dicen que Gabito está muerto y eso es un gran dolor”, me dijo, sentado en uno de los escaños de la plaza Fernández de Madrid. “Y yo entonces llamo a México con un sobresalto, me lo pasa la secretaria y ya aprendí una manera de hablar con él: ‘Gabito, soy Jaime, el sietemesino, el ahijado tuyo”.

De los 11 hermanos, a Jaime le tocó nacer en Sucre en1940 y ser el que tiene la fama de haber desarrollado más la oralidad: “Dicen que de todos yo soy el que habla más que una puta presa”, bromeaba. Su hermano Eligio dijo en alguna ocasión que Jaime era el calanchín de Gabo, un vocablo muy colombiano que hace referencia a la complicidad, en este caso fraternal. “Siempre que hablaba de nosotros, mi hermano Yiyo decía que primero viene la confianza y luego viene el calanchinaje”.

Cuando en los años ochenta Gabriel García Márquez estaba escribiendo su primera novela después de recibir el Nobel, El amor en los tiempos del cólera, el escritor solía revelarle a su hermano los escenarios que ledarían vida a los personajes de este idilio ambientado en una ciudad ficticia que se parece en todo a Cartagena. Los recorridos entre hermanos no buscaban la aprobación de Jaime que,de hecho, rara vez coincidía con el Nobel. García Márquez tendíaa creer en la fantasía absurdade la vida, mientras que Jaime, ingeniero de profesión, trataba de buscarle explicación a lo aparentemente mágico.

Mientras caminaba por la ciudad caribeña, Jaime, que es el director de relaciones institucionales de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, contaba con orgullo que en su familia la divergencia de opiniones y la ausencia de secretos fue siempre la energía de la vida. “En Colombia es conveniente no coincidir: aquí, si hay dos personas de acuerdo en algo es porque se van a robar una plata, o porque van a matar a alguien”.

Azar y destino son las dos palabras que definirían a los García Márquez, según Jaime:

“Hay un dicho en la familia que se llama ‘el azar bendito’. Ese azar que siempre es una cosa fabulosa”, contaba. “La palabra destino la inventaron, pero a veces se presenta con más frecuencia de lo que uno imagina en situaciones que son sorprendentes”.

Y conjurando el destino, recordó una anécdota: su madre Luisa Santiaga, cuando ya erauna anciana, apareció un día recitando por doquier los poemas que había aprendido en el bachillerato 60 años antes. Ante la escena, su hermano Alfredo “Cuqui” García Márquez dijo, casi de forma premonitoria: “Parece como si fueras un cassette que se estuviera desenrollando hacia el pasado”. Jaime le contó esta historia a Gabo, y él, como si ya estuviera conjurando el azar de su propio futuro, le dijo que tenía una frase parecida para definir el desgaste de la memoria que acompañaba a algunos miembros de su familia: “Es como una mancha de aceite que se extiende hacia atrás, hacia el pasado”.

Durante unos años, la demencia senil de Gabo fue un secreto a voces. En 2012, Jaime confirmó que superar el cáncer linfático había acelerado en su hermano un proceso que era prácticamente destino de su familia: “lo tuvo mi madre, ahora lo tiene Gabito, y yo a veces siento que también voy perdiendo la memoria”. Sin embargo, dar la noticia fue un alivio para todos, y especialmente para el Nobel y su familia, consideraba Jaime. Cuando Gabo visitó Cartagena en abril de 2013, la gente, que ya sabía de la fragilidad de su memoria lo saludaba con respeto y complicidad.

“Aquella vez, en casa de Gloria Triana, Gabito, cuando me vio, se puso de pie. Yo avancé y él me dijo públicamente: ‘yo sé que te quiero mucho, yo sé que te quiero muchísimo’. Quizá no me había reconocido, pero la memoria del instante funciona y sabía lo más importante. Eso era lo que necesitaba: la vida”.

Ser el hermano que más habla y a la vez ser el confidente de García Márquez, es un peso que a veces le produjo más de un mal sabor de boca. Pero si algo tenía claro Jaime aquella tarde de sol era haber tratado.

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