Aracataca no es Macondo

Publicado el 19/04/2014 en Reforma (México)

 

Sergio Rodríguez Blanco


CARTAGENA DE INDIAS, Colombia.- Incluso para un autor realista, no hay mayor mito en Colombia que el de Macondo. En su busca, el escritor Óscar Collazos emprendió por casualidad un periplo cuando sólo era un lector más de Gabo, mucho antes de escribir García Márquez: la soledad y la gloria, el ensayo que lo llevó en 1983 a consolidarse como uno de los especialistas de consulta obligada para cualquiera que desee profundizar en la obra del Nobel.


Era 1971 y su amiga, una alemana que estaba escribiendo una tesis de licenciatura para la Universidad de Colonia, le pidió que la acompañara a Aracataca porque quería constatar uno de los pilares de su investigación: que en el pueblo natal de García Márquez se encontraba el origen mítico de Macondo, el poblado donde se desarrolla Cien años de soledad.
Olor a polvo y a desilusión se conjugan cuando rememora aquel viaje que inició en tren desde Bogotá hasta Santa Marta –entonces aún había trenes en esa zona– y continuó en un autobús descolorido que los guio al pueblo bananero. Recorrieron caminos de herradura que se iban nublando a medida que avanzaba el vehículo. Después de varias horas, al poner un pie en su destino, la alemana expelió palabras que no era habituales en su vocabulario:


“Pero si esto es un pueblo de mierda”, dijo.


Collazos presenciaba cómo el mito que ella había construido se caía a pedazos, y sin embargo, ella tenía razón. Pero razón a medias.
“A propósito”, le respondió él para consolarla o para terminar de convencerla, “García Márquez, la primera vez que emprendió la escritura de lo que después sería su novela La mala hora, así quiso llamarle a este lugar: ‘Este pueblo de mierda’”.


Esta entrevista tuvo lugar el viernes 4 de abril en Cartagena, la única ciudad que no es decepcionante para quien quiera ir a buscar espacios literarios con una novela en la mano. Collazos me contaba que el día anterior no pudo descansar porque no dejó de recibir llamadas del noticiero de televisión y de la prensa: el mundo acababa de enterarse de que Gabo estaba hospitalizado y los periodistas querían entrevistarlo sobre la gripe del Nobel.


Al fondo de la librería Ábaco, Collazos aclaraba que él es gabólogo pero no gabólatra. Después de su paso por Aracataca se mudó a Barcelona en 1972 y vivió allí hasta que en 1990 decidió regresar a su país natal en un momento de grave tensión política. “Volví porque yo era un escritor colombiano realista, y por eso tenía que estar en Colombia. Se me estaban congelando los mitos”.


Todo el mundo tiene la curiosidad de conocer el Dublín de Joyce, el París de Proust y de Cortázar, el Macondo de García Márquez. Si Cartagena de Indias es reconocible en Del amor y otros demonios y El amor en los tiempos del cólera, si Barranquilla está presente, aunque nunca como un calco de la realidad, en Memoria de mis putas tristes, Macondo no tiene geografía más que en la imaginación.


En Aracataca, hoy en día, en la que fuera la casa natal de Gabriel García Márquez, un museo recrea los personajes macondianos como si realmente las historias que se resbalan entre las páginas hubieran sucedido allí. Es una atracción turística para quienes necesitan una foto que subir a la red social, como hacen los visitantes de la supuesta casa de Julieta en la ciudad italiana de Verona. La imaginación, por fortuna, no puede fotografiarse.


“Aracataca es ese ‘pueblo de mierda’. Tú haces un recorrido por las bananeras, desde ciénaga hasta Aracataca, ves desolación, la precariedad de la vida. Lo que él hizo es la maravilla de volver esa precariedad un gran mito literario”, dice el escritor nacido en Bahía Solano en 1942.


Collazos dirige en la Universidad Tecnológica de Bolívar la Cátedra Gabriel García Márquez. A sus alumnos les pide leer con atención cualquiera de las novelas de Gabo y analizarla con profundidad y sin corsés. Dice que dar clases no siempre es tan idílico porque arrastran muchos prejuicios: “Estás con jóvenes casi hechos. Muchos tienen indiferencia ante todo. Nada les inspira confianza, no son indignados. Ni siquiera están en la dimensión fantástica del anarquismo. Y eso desgasta”, dice.


Para Collazos, el gran hallazgo es que el novelista logró transitar de lo real a una dimensión extraordinaria a través de la imaginación, para luego sacar al lector del universo imaginario y provocarle la sed de ir a confirmarlo en la realidad.


“Es como si volver a la realidad fuera un complemento necesario de la literatura de Gabo. Uno no está contento instalado en el territorio de la imaginación”, dice.


El autor de Tierra quemada considera que de Gabriel García Márquez lo que hay que recordar siempre es que fue un autor que multiplicó lo que ya Juan Rulfo y Joao Guimares Rosa habían conseguido con Comala y con la gran llanura desértica: que la literatura modificara la realidad. La diferencia con García Márquez es que el proceso de la ficción tiene que ver con edificar desde la memoria un espacio que se estaba perdiendo.

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